miércoles, 28 de octubre de 2009

Retrato de una espera y un nacimiento




La casa era de madera. Estaba construida sobre cepos de cerne de guayubira, con techo a doble agua con altura suficiente, emulando un estilo de vivienda rural europea; contaba con un hall amplio que unía la cocina con una pieza de depósito de herramientas, a la vez, conducía a una pequeña escalera que permitía entrar a la parte más alta de la vivienda donde estaban los dormitorios. Al frente, un pozo de agua potable, para consumo diario, con su rondana chillona remarcaba el estilo de vida “colonial” de los habitantes iniciales del lugar. Dos paraísos gigantes esparcían sus hojas con cada ventarrón, dejando a su alrededor, un colchón pintoresco teñido de amarillo. Un cactus añoso, al fondo del patio, agregaba un aspecto peculiar al paisaje. Un jardín, enmarcado con ligustros leñosos, con plantas florales y plantas frutales con gajos crecidos más de la cuenta, delataban los tiempos de abundancia de los viejos ocupantes.

La vivienda estaba emplazada a pocos metros de un potrero y un tambo. Anexado a este último, había un galpón donde se almacenaban maíz y mandioca que se utilizaban en la alimentación de las vacas lecheras.

Ésta histórica casa ya no existe materialmente, pero sí en el recuerdo de una familia que deambuló buscando refugio y trabajo, con el único capital que tiene el pobre digno: su capacidad de trabajo y sueños de alcanzar, alguna vez, un despegue social con honestidad y coraje.

La familia de ésta historia se constituía por los progenitores, Braulio Ruiz y Saturnina Landaida y, tres hijos, Margarita, Marcelino y María Desideria .

Corría el año 1965.

La inocencia de los niños nunca permitió percibir que una nueva vida estaba acompañando a todos desde un embarazo muy bien resguardado por Doña Saturnina. ¿Habrá sido pudor ó simplemente prudencia? Alguna vez, tal vez, se sepa.

Como todos los años, también, en esa oportunidad se vivían intensamente, en familia, las fechas religiosas.

En el pueblo se escuchaban esporádicas explosiones de cohetes brasileros de tres tiros. A medida que la noche avanzaba, la cantidad de estruendos, aumentaba. Era la Nochebuena de ese año.

Los niños de la familia nada presentían de lo que ocurriría muy pronto.

A ocho cuadras de la casa, en la parte más poblada del pueblo, las luces navideñas y el ambiente festivo daban un marco propio y peculiar a ese tiempo religioso.

La Nochebuena empezaba a cubrir con su misterio de paz y amor, el pueblo de Monte Carlo, Misiones, Argentina.

Don Braulio, caminaba de un lado a otro de la casa, a la vez que, en idioma guaraní se intensificaban los mensajes entre él y doña Saturnina, su esposa. Eran, al parecer codificados para no alarmar a los pequeños que deambulaban entre el hall y la cocina, armando en sus imaginaciones infantiles, mesas llenas de confites y árboles navideños multicolores ataviados de regalos traídos por el Niño Jesús.

La situación se puso seria y dramática. La nueva vida pedía permiso para ver la luz, cada vez con más insistencia.

La orden se oyó clara y tajante.

- Lleven una lámpara a la pieza de las herramientas, ordenen y hagan espacio para arrodillarse y rezar, dijo doña Saturnina.

Encolumnados los niños lo cumplieron, sin que por ello, dejasen de manifestar sorpresa y curiosidad por lo que estaba pasando.

-¡¡Braulio!!..., - dijo doña Saturnina, un poco gimiendo y otro poco gritando.

-Sí, mi cambá. - Contestó amorosamente don Braulio

-Apúrate cambá, porque cada vez es más fuerte el dolor.- dijo preocupada ella.

-En nombre de Dios, la Virgen y San Ramón Nonato, le voy a buscar a Doña Herminia, ojalá la encuentre porque ya estamos cerca de la medianoche.- dijo don Braulio apurando los pasos por el caminito que conducía al pueblo.

- Recen chicos, recen chicos, porque mamá está enferma- ordenó ella desde el dormitorio con voz temblorosa.

Los chicos alarmados se abrazaron y lloraron al unísono. Los gemidos, aunque contenidos, ellos percibían y el dramatismo aumentaba. Sus rodillas no descansaban. Sus manos juntas apuntaban al cielo y el coro de los rezos del rosario era cada vez más fuerte y a viva voz para tapar los gemidos de una madre en trabajo de parto. ¡Vaya valentía y entrega amorosa la de una madre!.

Se escuchó un estruendoso festejo en las afueras del pueblo y don Braulio no volvía. Llegó la medianoche.

La angustia se apoderó de todos.

Empezaba la madrugada y… se oyó insistentes ladridos del perro guardián anunciando la llegada de personas a la casa. Eran don Braulio y doña Herminia, la partera.

Se cruzaron los saludos de rigor, deseos de Feliz Navidad, al tiempo que abundó alientos a doña Saturnina para que no se desesperara, ya que pronto llegaría la cigüeña.

Doña Herminia y don Braulio cumplieron con la tarea de acercar todo lo necesario para la ocasión. La parturienta gemía y no encontraba lado ni forma de sentarse o acostarse.

Mientras, los chicos rezaban en la pieza de las herramientas.

A las cinco y treinta del 25 de Diciembre, la cigüeña dejó en el dormitorio un varón, para alegría y felicidad de los padres y hermanos.

-¡Guapa! ¡Guapa, mi hija! El manto de la Virgen te va a cubrir y te va a proteger- dijo doña Herminia alentando a doña Saturnina quien estaba exhausta pero feliz de ser instrumento de Dios para la vida.

Así nació José Daniel Ruiz un 25 de diciembre de 1965.

Creció en el seno de una familia humilde, merecedora del respeto de la comunidad por una conducta de honestidad y sencillez sobrellevada por años como regla de vida.

La solidaridad cristiana de los padres, aprendida en una disciplina sanfranciscana en sus años vividos en la campaña paraguaya, marcó un perfil distintivo de la familia.

Hoy, José Daniel desarrolla su vida rodeado de su esposa e hijos buscando, todos los días, ser y hacer feliz a los suyos, con mucho esfuerzo y trabajo.

Don Braulio ya no vive. Sí, doña Saturnina. La distancia que separa geográficamente a José Daniel de su madre, se hace pesada carga para ambos. Para él, la necesidad de conseguir un trabajo digno, que le diera la posibilidad de cubrir las necesidades básicas de su familia, dio pie a esta generadora de nostalgias y angustias maternales, potenciadas por su vejez y soledad.

En la víspera de la recepción del año 2008, como un regalo a su madre y a sus hermanos, llegó a la casa materna, acompañado de uno de sus hijos, a compartir la fiesta del Año Nuevo.

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