viernes, 30 de octubre de 2009

Cambá Jû Pereira



La pobreza se emparenta con la poca o nula escolaridad, sin dejar que entre sus múltiples consecuencias afloren aspectos y valores muy loables en la personalidad sencilla de seres que viven, conviven y convivieron en barrios humildes y pobres de la ciudad de Montecarlo.
Uno de esos miles, es el personaje que motoriza este relato.
La buena convivencia y la buena vecindad eran algunos de esos aspectos loables.
-Vecina o vecino ¡buen día!, decía este buen hombre cada vez que tocaba saludar, adornando sus palabras con la alegría y la simpatía que lo caracterizaba. Su jornada comenzaba temprano, a eso de las cinco de la mañana haciendo chirriar la rondana que bajaba un balde casero de cinco litros al pozo de agua, situado bajo techo, para sacar el vital líquido e higienizarse. La hija mayor se encargaba de hacer el matecocido y el reviro para el desayuno.
Después de revitalizadas las fuerzas, se iba a la changa del día en la cuadrilla municipal. Cada tanto le tocaba en un lugar distinto. A veces macheteando, otras carpiendo. Algunas veces de albañil y, cuando la ocasión se daba también de carpintero. -Lo importante es tener para darle de comer a mis hijos, decía el Cambá Jû Pereira, consciente de la demanda que le producía sus 14 herederos. De los más grandes de ellos, algunos con familia e hijos buscaban forjarse un futuro en fábricas, chacras o en casas de familias. El resto, procuraban seguir en la escuela primaria o secundaria. Los más pequeños eran cuidados por la que quedaba en la casa e iban a la escuela más cercana.
Antes, había muerto su esposa de un cáncer fulminante, dejando huérfanos de su amor maternal a tantos hijos.
Todos en la familia rodeaban de cariños y de celos al papá de la casa, el Cambá Jú Pereira.
Habían pasado cuatro años después de la pérdida dolorosa de su esposa y su vida seguía nutriéndose del cariño familiar, de las amistades y también, de la solidaridad pueblerina.
Era muy conocido en todos los ambientes de la comunidad, tanto en los barrios como en la parte céntrica, por su alegría y también por la simpatía que agregaba peculiaridad a su aspecto humilde y campechano. Siempre con una sonrisa, marcada por su tez morena y dientes blancos. Tenía un chiste para cada ocasión.
Llegó la primavera del 2004 y algo sobresaliente se vivía, en ese entonces, todas las noches: la abundancia de mosquitos. Había que amañarse cada día para poder dormir sin la molestosa serenata, más aún, en las casas modestas que no contaban con ventanas ni puertas con telas mosquiteras.
¿El deseo del buen dormir puede traer oculto una terrible desgracia?
Por lo visto que sí.
Porque, el Cambá Jû Pereira, tomaba mate en el patio de la casa, debajo de un árbol, con un pariente que no veía en años y, la desgracia, estaba oculto entre los mosquitos que ya empezaban a zumbar. Permiso, -dijo el anfitrión descamisado y en chancletas - voy a poner un “espiral” en la casa para espantar un poco los ñatiús (mosquitos) - que joden por la noche -continuó diciendo.
Al tiempo fue al fondo de la casa, juntó un poco de bosta seca y lo colocó en una vieja sartén. Como todos los días anteriores, le prendió fuego y, una intensa humareda salió de la misma. El original continente con bosta encendida, fue a parar debajo de la cama de dos plazas de su pieza, para permitir que se esparciera mejor el humo en todos los ambientes de la casa.
El Cambá, volvió a la rueda del mate. La conversación transcurría normalmente y la tarde marcaba su paso alargando las sombras de los árboles reflejadas en el patio de tierra.
La desgracia, cual dragón hambriento al acecho abría sus fauces.
Un aroma distinto cortó la risa del Cambá Jû Pereira y del pariente visitante.
Era raro pero no entendían.
Sobre la marcha, un chisporroteo los hizo parar y, vieron que de la ventana del dormitorio salían humo y un poco de llamas.
El “espiral” casero prendió fuego y pasó al colchón. La desesperación llevó al dueño de casa a correr al dormitorio. Voy a sacar los documentos y algunas pertenencias antes de que sea tarde,- dijo el Cambá cuando se perdió en el humo, adentro de la casa chisporroteante. El pariente se desgargantaba para evitar que fuera a desafiar al fuego.
Nada lo detuvo. Vaya uno a saber porqué.¿Será el destino? ¿Será el deseo ferviente de no dejarse estar ante una emergenia?. En realidad, siempre fue corajudo.
Unos gritos estentóreos del pariente pidiendo auxilio cortó el aire del Barrio Retiro y los vecinos se agolparon al lugar y requirieron la urgente presencia de los bomberos. Preguntaban por el Cambá Pereira y, al enterarse de que estaba adentro de la casa en llamas, los ¡Dios mío! y el “¡qué bárbaro!”; “¡¿qué habrá pensado?!”, “vayan a sacarle al Cambá, ¡por favor!”  se multiplicaban. Algunas mujeres piadosas apretaban fuerte sus pechos y con las miradas al cielo pedían un milagro.
La rondana chirriaba como una oración pidiendo agua al pozo para apagar el fuego, mientras, el humo exhalaba su aroma a muerte. Los tirantes del techo caían dibujando geometrías incandescentes.
Como en un acto de arrojo el pariente entró al dormitorio en llamas y le dijo, - vamos Cambá dejá todo y vamos antes de que sea tarde.
Escuchó que el Cambá le contestó medio entre dientes - andá que yo salgo por la ventana.
Entonces, el pariente salió a duras penas con el pelo, la nariz, la oreja y la espalda chamuscados.
Los bomberos no llegaban.
La espera fue en vano y… nadie salió por la ventana.
¿Qué será del Cambá? se preguntaban todos.
Pasaron más de quince minutos y el horror mostró su cara más horrenda.
El cuerpo del Cambá Jú Pereira estaba en cuclillas y con las manos en la cabeza contra el resto de la pared del dormitorio, pero… carbonizado.
La angustia de sus hijos fue inenarrable. La sombra de la orfandad los cubría con el frió del desamparo. Sin casa y sin padres. Un reto a la sociedad.
La siembra silenciosa de toda una vida de apertura y solidaridad ante la más mínima necesidad ajena y que estuviera al alcance del desafortunado Cambá Jû Pereira, dio su fruto. Entre la Municipalidad y el vecindario construyeron una nueva vivienda en el mismo terreno para cubrir el desabrigo de los deudos.
Así, el 22 de setiembre del 2004, en Montecarlo marcó su paso con esta desgracia que enluta a la solidaridad y a la sencillez de vida, a la vez que muestra, que detrás de cada acto, por más insignificante que sea, puede estar oculta la tragedia.

RUIZ MARCELINO

DNI 11004946

Puerto Rico -octubre 2008

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