viernes, 11 de diciembre de 2009

La Pascua, cuando yo era chico.

Cuando era chico, allá hace un tiempo atrás, relacionaba LA PASCUA con el Chipá Guazú(1), la Chipa de almidón(2); con que no se comiera carne los días Miércoles ni Viernes Santos, también, con ir a la Misa de gallo (justo a la media noche), con pedir la bendición de rodillas a los padres y con las grandes reuniones familiares.
Los niños tenían que portarse bien. No debían correr, saltar, ni gritar. Los mayores les decían que todo lo malo que hicieran aumentaban el sufrimiento de Jesús, entonces, el Domingo de Pascua, los padres que durante la Semana Santa no castigaban, lo hacían ese día.
En realidad, todo lo anterior formó parte de lo cultural de la Pascua en las comunidades fronterizas con el Paraguay en la Provincia de Misiones, Argentina. Específicamente, en Montecarlo.
Hoy, ya grande y con unos años encima, tengo otra visión de lo que significa la Pascua Cristiana. Tiene una riqueza de simbolismos y enseñanzas que trascienden lo humano para dejar, en manos de la fe de cada uno, días de religiosidad intensa. Es la recordación del triunfo de Cristo sobre la muerte y que la muerte ya no tiene poder sobre Él.
Nosotros tenemos incorporado, culturalmente, que la muerte es cuando el cuerpo ya no tiene vida. Cuando el cuerpo ya no tiene los signos vitales de vida. Es entonces que sobreviene una tristeza muy grande en el entorno del ser que se muere. Pero, la Fiesta Pascual enseña, fundamentalmente, acerca de la muerte del alma que impide ser libre y ser feliz plenamente, es decir, ser santos.
Ahora bien, todo eso tiene un sentido práctico si se quiere aceptar como un mensaje y, si eso ocurriera, con ello es posible liberarnos del yugo o esclavitud de muchos vicios y errores que dañan nuestra vida y no nos permite vivir en armonía con Dios y nuestros semejantes.
La vida moderna cada vez nos empuja a ser esclavos del confort, la televisión, la moda, las novelas con contenidos que nada positivo enseñan, programas de reality-show que muestran las miserias de los hombres y mujeres, la pornografía que cosifican al hombre y a la mujer como objetos de placer convirtiendo a la capacidad de amar y procrear en un negocio muy rentable, en fin…, también, nos convierten en seres insensibles ante las necesidades ajenas. Vivimos encerrados en nosotros mismos priorizando lo nuestro a rajatablas, egoístamente, y olvidamos que somos cristianos.
El mundo nos empuja a despreciar nuestras raíces culturales donde abundaban familia, recogimiento, solidaridad comunitaria, fraternidad cristiana. El “otro” era parte de nuestro entorno. No éramos indiferentes a las necesidades ajenas. En definitiva, según nos enseñaron y está escrito, Dios nos preguntará cuando vayamos de éste mundo algunas cosas que, hoy por hoy, ya no se da importancia, como ser:
Durante tu vida terrenal ¿Diste de beber al sediento, de comer al hambriento? ¿Vestiste al que estaba desnudo? ¿Visitaste a los enfermos, a los presos? ¿Enterraste a tus muertos? ¿Diste albergue al forastero? Todo esto hecho por amor a Dios y al prójimo: ES LA PASCUA.
Es bueno la liberación del qué dirán de los hombres y mujeres: LOS REPAROS HUMANOS (falta de coraje, falta de valentía, cobardía, falta de testimonio cristiano, negación de Dios y lo confinamos al segundo o en el último lugar en nuestras vidas).
También, es bueno saber que cualquier día del año puede ser PASCUA para aquella persona que da el PASO DE LA ESCLAVITUD A LA LIBERTAD DE LO HIJOS DE DIOS, superando vicios, ataduras, reparos humanos y pecados que amordazan. El perdón y la reconciliación con Dios y con los semejantes es la esencia del cristiano católico.
La  PASCUA puede llegar en tu vida en cualquier momento, no necesariamnte en la fecha estipulada por el calendario.

Marcelino Ruiz-
(1) chipá guazú- comida hecha con harina de maiz blanco, mucha cebolla, queso criollo, aceite, leche o salmuera, puestas en una horma ycocido durante 45 minutos a temperatura moderada.
Se sirve en porciones. Es una especialidad gastronómica de la cultura paraguaya.
(2)chipa de almidón - comida hecha con fécula de mandioca (almidón), leche o salmuera, un vaso de jugo de naranja y grasa  de cerdo. Se mezclan bien los ingredientes, luego se amasa y se arman como panecillos y se colocan sobre hormas enmantecadas y se pone e horno moderado 10 a 15 minutos.

viernes, 30 de octubre de 2009

Cambá Jû Pereira



La pobreza se emparenta con la poca o nula escolaridad, sin dejar que entre sus múltiples consecuencias afloren aspectos y valores muy loables en la personalidad sencilla de seres que viven, conviven y convivieron en barrios humildes y pobres de la ciudad de Montecarlo.
Uno de esos miles, es el personaje que motoriza este relato.
La buena convivencia y la buena vecindad eran algunos de esos aspectos loables.
-Vecina o vecino ¡buen día!, decía este buen hombre cada vez que tocaba saludar, adornando sus palabras con la alegría y la simpatía que lo caracterizaba. Su jornada comenzaba temprano, a eso de las cinco de la mañana haciendo chirriar la rondana que bajaba un balde casero de cinco litros al pozo de agua, situado bajo techo, para sacar el vital líquido e higienizarse. La hija mayor se encargaba de hacer el matecocido y el reviro para el desayuno.
Después de revitalizadas las fuerzas, se iba a la changa del día en la cuadrilla municipal. Cada tanto le tocaba en un lugar distinto. A veces macheteando, otras carpiendo. Algunas veces de albañil y, cuando la ocasión se daba también de carpintero. -Lo importante es tener para darle de comer a mis hijos, decía el Cambá Jû Pereira, consciente de la demanda que le producía sus 14 herederos. De los más grandes de ellos, algunos con familia e hijos buscaban forjarse un futuro en fábricas, chacras o en casas de familias. El resto, procuraban seguir en la escuela primaria o secundaria. Los más pequeños eran cuidados por la que quedaba en la casa e iban a la escuela más cercana.
Antes, había muerto su esposa de un cáncer fulminante, dejando huérfanos de su amor maternal a tantos hijos.
Todos en la familia rodeaban de cariños y de celos al papá de la casa, el Cambá Jú Pereira.
Habían pasado cuatro años después de la pérdida dolorosa de su esposa y su vida seguía nutriéndose del cariño familiar, de las amistades y también, de la solidaridad pueblerina.
Era muy conocido en todos los ambientes de la comunidad, tanto en los barrios como en la parte céntrica, por su alegría y también por la simpatía que agregaba peculiaridad a su aspecto humilde y campechano. Siempre con una sonrisa, marcada por su tez morena y dientes blancos. Tenía un chiste para cada ocasión.
Llegó la primavera del 2004 y algo sobresaliente se vivía, en ese entonces, todas las noches: la abundancia de mosquitos. Había que amañarse cada día para poder dormir sin la molestosa serenata, más aún, en las casas modestas que no contaban con ventanas ni puertas con telas mosquiteras.
¿El deseo del buen dormir puede traer oculto una terrible desgracia?
Por lo visto que sí.
Porque, el Cambá Jû Pereira, tomaba mate en el patio de la casa, debajo de un árbol, con un pariente que no veía en años y, la desgracia, estaba oculto entre los mosquitos que ya empezaban a zumbar. Permiso, -dijo el anfitrión descamisado y en chancletas - voy a poner un “espiral” en la casa para espantar un poco los ñatiús (mosquitos) - que joden por la noche -continuó diciendo.
Al tiempo fue al fondo de la casa, juntó un poco de bosta seca y lo colocó en una vieja sartén. Como todos los días anteriores, le prendió fuego y, una intensa humareda salió de la misma. El original continente con bosta encendida, fue a parar debajo de la cama de dos plazas de su pieza, para permitir que se esparciera mejor el humo en todos los ambientes de la casa.
El Cambá, volvió a la rueda del mate. La conversación transcurría normalmente y la tarde marcaba su paso alargando las sombras de los árboles reflejadas en el patio de tierra.
La desgracia, cual dragón hambriento al acecho abría sus fauces.
Un aroma distinto cortó la risa del Cambá Jû Pereira y del pariente visitante.
Era raro pero no entendían.
Sobre la marcha, un chisporroteo los hizo parar y, vieron que de la ventana del dormitorio salían humo y un poco de llamas.
El “espiral” casero prendió fuego y pasó al colchón. La desesperación llevó al dueño de casa a correr al dormitorio. Voy a sacar los documentos y algunas pertenencias antes de que sea tarde,- dijo el Cambá cuando se perdió en el humo, adentro de la casa chisporroteante. El pariente se desgargantaba para evitar que fuera a desafiar al fuego.
Nada lo detuvo. Vaya uno a saber porqué.¿Será el destino? ¿Será el deseo ferviente de no dejarse estar ante una emergenia?. En realidad, siempre fue corajudo.
Unos gritos estentóreos del pariente pidiendo auxilio cortó el aire del Barrio Retiro y los vecinos se agolparon al lugar y requirieron la urgente presencia de los bomberos. Preguntaban por el Cambá Pereira y, al enterarse de que estaba adentro de la casa en llamas, los ¡Dios mío! y el “¡qué bárbaro!”; “¡¿qué habrá pensado?!”, “vayan a sacarle al Cambá, ¡por favor!”  se multiplicaban. Algunas mujeres piadosas apretaban fuerte sus pechos y con las miradas al cielo pedían un milagro.
La rondana chirriaba como una oración pidiendo agua al pozo para apagar el fuego, mientras, el humo exhalaba su aroma a muerte. Los tirantes del techo caían dibujando geometrías incandescentes.
Como en un acto de arrojo el pariente entró al dormitorio en llamas y le dijo, - vamos Cambá dejá todo y vamos antes de que sea tarde.
Escuchó que el Cambá le contestó medio entre dientes - andá que yo salgo por la ventana.
Entonces, el pariente salió a duras penas con el pelo, la nariz, la oreja y la espalda chamuscados.
Los bomberos no llegaban.
La espera fue en vano y… nadie salió por la ventana.
¿Qué será del Cambá? se preguntaban todos.
Pasaron más de quince minutos y el horror mostró su cara más horrenda.
El cuerpo del Cambá Jú Pereira estaba en cuclillas y con las manos en la cabeza contra el resto de la pared del dormitorio, pero… carbonizado.
La angustia de sus hijos fue inenarrable. La sombra de la orfandad los cubría con el frió del desamparo. Sin casa y sin padres. Un reto a la sociedad.
La siembra silenciosa de toda una vida de apertura y solidaridad ante la más mínima necesidad ajena y que estuviera al alcance del desafortunado Cambá Jû Pereira, dio su fruto. Entre la Municipalidad y el vecindario construyeron una nueva vivienda en el mismo terreno para cubrir el desabrigo de los deudos.
Así, el 22 de setiembre del 2004, en Montecarlo marcó su paso con esta desgracia que enluta a la solidaridad y a la sencillez de vida, a la vez que muestra, que detrás de cada acto, por más insignificante que sea, puede estar oculta la tragedia.

RUIZ MARCELINO

DNI 11004946

Puerto Rico -octubre 2008

miércoles, 28 de octubre de 2009

Retrato de una espera y un nacimiento




La casa era de madera. Estaba construida sobre cepos de cerne de guayubira, con techo a doble agua con altura suficiente, emulando un estilo de vivienda rural europea; contaba con un hall amplio que unía la cocina con una pieza de depósito de herramientas, a la vez, conducía a una pequeña escalera que permitía entrar a la parte más alta de la vivienda donde estaban los dormitorios. Al frente, un pozo de agua potable, para consumo diario, con su rondana chillona remarcaba el estilo de vida “colonial” de los habitantes iniciales del lugar. Dos paraísos gigantes esparcían sus hojas con cada ventarrón, dejando a su alrededor, un colchón pintoresco teñido de amarillo. Un cactus añoso, al fondo del patio, agregaba un aspecto peculiar al paisaje. Un jardín, enmarcado con ligustros leñosos, con plantas florales y plantas frutales con gajos crecidos más de la cuenta, delataban los tiempos de abundancia de los viejos ocupantes.

La vivienda estaba emplazada a pocos metros de un potrero y un tambo. Anexado a este último, había un galpón donde se almacenaban maíz y mandioca que se utilizaban en la alimentación de las vacas lecheras.

Ésta histórica casa ya no existe materialmente, pero sí en el recuerdo de una familia que deambuló buscando refugio y trabajo, con el único capital que tiene el pobre digno: su capacidad de trabajo y sueños de alcanzar, alguna vez, un despegue social con honestidad y coraje.

La familia de ésta historia se constituía por los progenitores, Braulio Ruiz y Saturnina Landaida y, tres hijos, Margarita, Marcelino y María Desideria .

Corría el año 1965.

La inocencia de los niños nunca permitió percibir que una nueva vida estaba acompañando a todos desde un embarazo muy bien resguardado por Doña Saturnina. ¿Habrá sido pudor ó simplemente prudencia? Alguna vez, tal vez, se sepa.

Como todos los años, también, en esa oportunidad se vivían intensamente, en familia, las fechas religiosas.

En el pueblo se escuchaban esporádicas explosiones de cohetes brasileros de tres tiros. A medida que la noche avanzaba, la cantidad de estruendos, aumentaba. Era la Nochebuena de ese año.

Los niños de la familia nada presentían de lo que ocurriría muy pronto.

A ocho cuadras de la casa, en la parte más poblada del pueblo, las luces navideñas y el ambiente festivo daban un marco propio y peculiar a ese tiempo religioso.

La Nochebuena empezaba a cubrir con su misterio de paz y amor, el pueblo de Monte Carlo, Misiones, Argentina.

Don Braulio, caminaba de un lado a otro de la casa, a la vez que, en idioma guaraní se intensificaban los mensajes entre él y doña Saturnina, su esposa. Eran, al parecer codificados para no alarmar a los pequeños que deambulaban entre el hall y la cocina, armando en sus imaginaciones infantiles, mesas llenas de confites y árboles navideños multicolores ataviados de regalos traídos por el Niño Jesús.

La situación se puso seria y dramática. La nueva vida pedía permiso para ver la luz, cada vez con más insistencia.

La orden se oyó clara y tajante.

- Lleven una lámpara a la pieza de las herramientas, ordenen y hagan espacio para arrodillarse y rezar, dijo doña Saturnina.

Encolumnados los niños lo cumplieron, sin que por ello, dejasen de manifestar sorpresa y curiosidad por lo que estaba pasando.

-¡¡Braulio!!..., - dijo doña Saturnina, un poco gimiendo y otro poco gritando.

-Sí, mi cambá. - Contestó amorosamente don Braulio

-Apúrate cambá, porque cada vez es más fuerte el dolor.- dijo preocupada ella.

-En nombre de Dios, la Virgen y San Ramón Nonato, le voy a buscar a Doña Herminia, ojalá la encuentre porque ya estamos cerca de la medianoche.- dijo don Braulio apurando los pasos por el caminito que conducía al pueblo.

- Recen chicos, recen chicos, porque mamá está enferma- ordenó ella desde el dormitorio con voz temblorosa.

Los chicos alarmados se abrazaron y lloraron al unísono. Los gemidos, aunque contenidos, ellos percibían y el dramatismo aumentaba. Sus rodillas no descansaban. Sus manos juntas apuntaban al cielo y el coro de los rezos del rosario era cada vez más fuerte y a viva voz para tapar los gemidos de una madre en trabajo de parto. ¡Vaya valentía y entrega amorosa la de una madre!.

Se escuchó un estruendoso festejo en las afueras del pueblo y don Braulio no volvía. Llegó la medianoche.

La angustia se apoderó de todos.

Empezaba la madrugada y… se oyó insistentes ladridos del perro guardián anunciando la llegada de personas a la casa. Eran don Braulio y doña Herminia, la partera.

Se cruzaron los saludos de rigor, deseos de Feliz Navidad, al tiempo que abundó alientos a doña Saturnina para que no se desesperara, ya que pronto llegaría la cigüeña.

Doña Herminia y don Braulio cumplieron con la tarea de acercar todo lo necesario para la ocasión. La parturienta gemía y no encontraba lado ni forma de sentarse o acostarse.

Mientras, los chicos rezaban en la pieza de las herramientas.

A las cinco y treinta del 25 de Diciembre, la cigüeña dejó en el dormitorio un varón, para alegría y felicidad de los padres y hermanos.

-¡Guapa! ¡Guapa, mi hija! El manto de la Virgen te va a cubrir y te va a proteger- dijo doña Herminia alentando a doña Saturnina quien estaba exhausta pero feliz de ser instrumento de Dios para la vida.

Así nació José Daniel Ruiz un 25 de diciembre de 1965.

Creció en el seno de una familia humilde, merecedora del respeto de la comunidad por una conducta de honestidad y sencillez sobrellevada por años como regla de vida.

La solidaridad cristiana de los padres, aprendida en una disciplina sanfranciscana en sus años vividos en la campaña paraguaya, marcó un perfil distintivo de la familia.

Hoy, José Daniel desarrolla su vida rodeado de su esposa e hijos buscando, todos los días, ser y hacer feliz a los suyos, con mucho esfuerzo y trabajo.

Don Braulio ya no vive. Sí, doña Saturnina. La distancia que separa geográficamente a José Daniel de su madre, se hace pesada carga para ambos. Para él, la necesidad de conseguir un trabajo digno, que le diera la posibilidad de cubrir las necesidades básicas de su familia, dio pie a esta generadora de nostalgias y angustias maternales, potenciadas por su vejez y soledad.

En la víspera de la recepción del año 2008, como un regalo a su madre y a sus hermanos, llegó a la casa materna, acompañado de uno de sus hijos, a compartir la fiesta del Año Nuevo.

AMOR Y GRATITUD

Amo a Dios por todo lo que me regala día a día

aunque no lo veo, siento en el alma y en el corazón que de Él provienen

lo intangible y lo tangible que hace a mi mundo personal.



Amo a mis padres por haber sido instrumentos de vida.

Con valentía nunca dijeron NO a la vida.

A pesar de la humildad que los abrazaba,

lucharon por darnos lo mejor.



Amo a mis hermanos por haberme hecho sentir parte de una familia.

Crecimos juntos mamando dignidad que proviene de la pobreza y honestidad.



Amo a mi esposa, reina de mis días, luz del hogar.

Sin ella sería un ente sin trascendencia.



Amo a mis hijos, racimo de amor, herederos de mi historia.

Ellos humanizaron mi vida y limitaron mis vuelos insaciables.



Amo a las comunidades que me recibieron con los brazos abiertos.

Ellos permitieron mi crecimiento en la comprensión de lo social.



Amo el trabajo y el sacrificio cotidianos porque ellos siembran matrices en los hijos.

Es una construcción diaria que edifica el palacio de la paz.



Amo a los amigos que acompañan y comprenden los sinuosos senderos de la vida.

Ellos son un tesoro que le dan color y sabor a la existencia.



Amo a los catequistas, maestros, profesores y formadores

Ellos, atomizaron la roca de la ignorancia.

Mi gratitud rebosante caiga en las copas de sus vidas.



Amo la salud que me acompañó gran parte de mi vida,

Permitió que creciera y aprendiera que es hermoso soñar y

volar por mundos inmarcesibles.



Amo la enfermedad que marcó el límite juvenil y del ser envanecido.

Sus secuelas me acompañarán todo lo que me queda de vida

y, me depositó en una tercera edad anticipada.



Mis miradas cayeron al oscuro y conocieron el color de la desesperanza;

las alegrías volaron por otros espacios;

la sal de las lágrimas se mezclaron con cada saliva.

Mis manos temblorosas buscaron las de mi esposa y, juntos…oramos con fe.

La Divina Providencia respondió y descubrimos un “mirar hacia arriba”

y, encontramos el alivio al peso de la impotencia.

Hoy, vuelco desde el corazón en el ánfora de la vida,

Millones de GRACIAS A DIOS e,

Infinitas GRACIAS A TODOS LOS BIENHECHORES.



MARCELINO RUIZ / octubre 2008

PUERTO RICO

miércoles, 21 de octubre de 2009

100 Volando: ¿En sociedades más desarrolladas hay más o menos gente interesada en la política?

100 Volando: ¿En sociedades más desarrolladas hay más o menos gente interesada en la política?
anónimo. dice:
Soy de Misiones, Argentina, y mi impresión es que en nuestro país los gobernantes piensan en sostenerse en el poder por dos razones: Una, por enriquecerse personalmente y, Otra, por mantener la estructura partidaria con fondos públicos provenientes de la muy bien aceitada corrupción. Eso indica que estamos aquí en la Argentina más en un país donde albergamos a mujeres y hombres que dicen ser políticos y son oportunistas que usan espacios políticos para venderse como estadistas y muy lejos están de serlo. Son meramente populistas que buscan, en el fondo, ser mesiánicos. Mi conclusión es que no pertenecemos a un país desarrollado. No sé si me fuí del tema. Me preocupa mi país. Si esto sigue así, lamentaremos vivir en una pseudo-dictadura.

martes, 20 de octubre de 2009

G R A T I T U D

Qué puede tener en su interior el ser que no hace lugar a la gratitud, ni de él hacia afuera ni hacia él viniendo de afuera. Tengo una repulsa casi imposible de disimular hacia la actitud de falta de gratitud hacia los benefactores. Los creo soberbios, omnipotentes, autosuficientes, imprudentes, en fin... Acerca de los que no aceptan que los demás sean gratos con ellos tengo un concepto diferente, me parecen excesivamente humildes o , tal vez, generosos. Los comprendo pero, no los entiendo.
Espero no haber sido denso.